Decir que hacemos crítica, es decir demasiado (no se tome tan pronto mi afirmación como uno más de mis iletrados, pusilánimes y ruines improperios, porque claro, quien ejerza la crítica debe antes ponerse de pechito). Decir que opinamos es sin duda más acertado. Vale aclarar que criticar y opinar no son lo mismo, aunque se parezcan.
Se diluye la crítica hasta convertirse en opinión, me queda claro, y de mi opinión a la tuya—dicen los que opinan—, hay un buen trecho. Opinamos sin que se nos pregunten y al acto, más enemigos nos ganamos. Estamos clasificados, es el auge de la opinión histérica, es decir opinamos por todo lo que haga falta. Dice Ada Nuño, en su artículo El efecto Dunning-Kruger o por qué opinamos sobre todo en redes sociales “(…) no opinar es un poco como no existir y, aunque nadie haya preguntado, tenemos prácticamente el deber de dar nuestra opinión sobre el tema de moda”.
La inundación de información en innumerables sitios web y redes sociales, nos pervierte a ejercer el consabido y bien intencionado derecho de opinión. Derecho que no plantea a priori o diluye peligrosamente la responsabilidad en el discurso, por eso no debe de extrañarse que alguien, en algún momento, arroje la pregunta: ¿te escuchas cuando hablas? Sin duda, las palabras se escapan como soplo de viento. Incluso la biblia dedica un capítulo completo en Santiago, en el Nuevo Testamento, a las incendiarias intenciones de la lengua, ese pequeño órgano capaz de contaminar el cuerpo y encender la vida.
Ante esto, ¿qué hacer?, por supuesto sería intolerable e imposible el cese definitivo de decir lo que se piensa. “Piensa antes de abrir la boca”, profesa el refrán que aconsejamos siempre a otros. Parece un camino sin salida. Quien se enoja, pierde, pero precisamente en el calor de una discusión, nos distanciamos de la razón para dar paso a las vísceras, y por mucha inteligencia artificial circulando, no somos máquinas todavía. Entonces, ¿habrá alguna salida? Quizá una, las conclusiones de la discusión; después de una acalorada verborrea, ¿qué queda?, ¿se puede rescatar algo?, ¿tendríamos que evitar tajantemente el conflicto? Ni evitarlo, ni aguantarse, precisamente para crear, se necesita romper, para conseguir una pepita de oro se pulverizan cerros completos. Parece leyenda urbana, pero afirmamos que se aprenden de los errores (siempre y cuando nadie no los vea o peor aún, se atreva a mencionarlos), del mismo modo, la discusión plantea visiblemente nuestra atropellada condición humana, y nuestra capacidad de lucha. Y creo más vital e importante, nuestra capacidad de crear pese al conflicto, de otro modo, se seguirá poniendo en juicio nuestro altivo raciocinio.