La conjura de los necios, reseña literaria

Seguramente han escuchado el término novela generacional; éstas no sólo retratan una época, sino que inspiran a sus subsecuentes lectores. Las novelas generacionales nos presentan seres y momentos que, literal o metafóricamente, cruzan una ciudad, un valle, un abismo, un continente; representan un viaje épico en los días de cualquier hombre o héroe (no es nada nuevo, La Odisea habla precisamente del viaje de Odiseo, a través de la geografía y el tiempo). La conjura de los necios es una perfecta novela generacional que cuenta con su espacio geográfico (en este caso, los barrios marginales de la ciudad de Nueva Orleans); su tiempo (década de los sesenta), y con su héroe, aquí encarnado, más bien, en un personaje tragicómico llamado Ignatius J. Reilly).

John Kennedy Toole fue un escritor americano con dos únicas obras: una primera novela juvenil llamada La biblia de neón; y la ganadora póstuma del Pulitzer, La conjura de los necios. La historia de cómo tenemos acceso a la novela puede generarnos con antelación, una extraña mezcla de alegría y pena; alegría porque nos presenta a uno de los personajes más satíricos, complejos, anacrónicos, quijotescos de la literatura contemporánea: Ignatius bien podría ser algún personaje de Shakespeare, o Cervantes, o Moliere. Y pena, debido a que su autor se suicidó a los 32 años, al parecer, debido al desasosiego por los múltiples rechazos editoriales.

Su personaje es un joven desempleado de treinta y pocos que vive con su pobre madre, éste ríspido, hipocondríaco, y desquiciante escritor oculto, representa la figura del antihéroe, encarnado en un revolucionario idealista, cuya única motivación parece centrarse en derrocar el sistema capitalista predador (arma una revuelta anticomunista y anti laboral, con los empleados de su esporádico empleo en Levy Pants, metiendo al dueño en un enorme malentendido). El exacerbado ego de Ignatius solo puede dejarle ver sus ideales, mismos que generan una suerte de explosión en cadena. También aparecen varios personajes secundarios, personas con poca suerte, desempleados, ampones, y hasta un policía que busca a toda costa capturar a quien sea con tal de no ser expulsado de su trabajo.

La novela tiene momentos desquiciantes, conforme la iba leyendo algunas partes me hicieron reír hasta sacarme lágrimas, pero también transmite otros sentimientos como pena y angustia. De las cosas más logradas fue sin duda los diálogos, cada personaje es perfectamente retratado con su propia jerga. Como novela generacional, encierra sus propios símbolos, y aunque a ratos parece que no va a ninguna parte, es precisamente su intrincada trama y su personaje, quienes elaboran una suerte de analogía del hombre enfrentándose al sistema laboral, familiar, en busca de su propio destino.  

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